El Ing. Mario Ferreyra, decano de la Facultad Regional Tierra del Fuego de la Universidad Tecnológica Nacional y Lic. Fabio Seleme, secretario de Cultura y Extensión de esta comunidad académica fueguina, expusieron como panelistas junto al Lic. en Comunicación Social y Periodista UNC Juan Cruz Taborda Varela, Dra. Marta Panaia. Los mencionados participaron del panel de expositores en Jornada organizada por la Facultad Regional Córdoba ‘La Semilla de la Reforma del 18 en la Universidad Obrera Nacional’.
Río Grande.- Cabe recordar que a 100 Años de la Reforma Universitaria y 70 de la Universidad Obrera Nacional (UON), el Lic. Fabio Seleme escribió un artículo donde recordó que el 15 de junio de 1918, la rebeldía estalló en Córdoba y fue violenta, según reza el manifiesto liminar de la Reforma Universitaria escrito por los que aquel día tomaron la universidad para cambiar la historia. Reacción virulenta y decidida contra los poderes conservadores dominantes, aquel proceso histórico que se iniciaba resultó con el tiempo en una profunda transformación en la manera de concebir la dinámica, el gobierno y la relación con la sociedad de las universidades argentinas y latinoamericanas.
A 100 años de la Reforma Universitaria, sigue teniendo sentido su memoria por tratarse de un acontecimiento emancipatorio y señero que instauró para nuestras universidades públicas la autonomía, el cogobierno, el ingreso docente por concurso y la libertad de cátedra, entre otras mejoras de valor. Hecho bisagra, con sus marchas y contramarchas asociadas a las distintas coyunturas políticas, la Reforma Universitaria tuvo en el tiempo una proyección honda al interior de la vida universitaria y también una fuerte influencia hacia fuera de ella, ya que planteó un ideario que iba mucho más allá de reformas académicas.
La Reforma significó, entonces, la modernización de la universidad y las carreras y fue, sin dudas, el origen del modelo universitario argentino. Sin embargo, como todo fenómeno histórico, la Reforma Universitaria tuvo límites, y uno de ellos fue su claro carácter burgués, ya que se trató de un movimiento dado dentro del marco del proceso de ascenso de los sectores sociales medios y su lucha por el poder y la democratización del Estado argentino. Esto a pesar de las expresiones y probables intenciones revolucionarias de los hombres más lúcidos del momento como Deodoro Roca.
Por esta razón, creer que el modelo argentino de universidad empezó y terminó para siempre con la Reforma Universitaria es un grave error al que cierta historiografía y voluntarismo político contribuye con una valoración mítica del acontecimiento, que lo vela al hacerlo aparecer como un hecho pleno, consumado e insuperable en términos históricos.
El modelo universitario argentino incluye también la gratuidad y el ingreso irrestricto. Y esos dos baluartes no son patrimonio de la Reforma Universitaria. De hecho, la asamblea estudiantil reformista de 1918, decidió no aprobar el proyecto presentado por Gabriel del Mazo y Dante Ardigó, que incluía la gratuidad y un programa de becas para estudiantes pobres. Gratuidad y acceso irrestricto fueron logros de otro grupo de transformaciones de la enseñanza universitaria, inscriptas y asociadas al proceso político peronista que determinó el acceso de las clases populares al poder. No puede obviarse además, que ese proceso político se encontró con la resistencia activa de las universidades de tradición reformista.
Del inicio de esas otras reformas universitarias se cumplen 70 años, ya que simbólicamente comenzaron cuando el presidente Juan Perón fundó la Universidad Obrera Nacional en 1948, hoy Universidad Tecnológica Nacional. Se trató de un originalísimo diseño universitario popular de estudio, asociado al trabajo y a los trabajadores de las fábricas, con dictado nocturno de la teoría y de carácter federal para facilitar, por la cercanía, el acceso a los estudios en las distintas regiones del país. Aquel modelo venía, según marca Perón en el discurso inaugural de la UON, a terminar con las universidades formadoras de “charlatanes y generalizadores” que les dicen a los otros cómo hacer las cosas, para establecer uno donde los profesionales saben hacer por sí las cosas. Para lograr eso, dice Perón, hay que tener “manos de trabajador y vivir con el olor a aceite de las máquinas”.
Estas nuevas reformas configuraron otra tradición universitaria en nuestro país, diferente a la nacida en 1918, y estuvieron dirigidas a valorizar y jerarquizar la educación técnica y profesional como herramientas fundamentales para el desarrollo industrial nacional, la independencia económica y la justicia social. Invisibilizada, tergiversada y denostada, esta tradición tuvo su punto más saliente con la firma del Decreto 29.337 (ver) del 22 de noviembre de 1949 del mismo presidente Perón, que habilitó la gratuidad de la enseñanza universitaria permitiendo así el acceso de las clases populares a la formación profesional universitaria. A este avance se sumó luego, en 1953, el ingreso irrestricto.
Es decir que la reforma de carácter burgués fue luego completada y mejorada por una reforma de carácter obrera, popular y de sentido nacional. A una “democratización interna” de la universidad, intramuros, que se proyectó socialmente, se acopló otra “democratización externa”, extramuros, que a partir de una revolución política que transformó la sociedad impactó al interior de las instituciones universitarias.
La primera modernizó la universidad y la vinculó a los sectores medios. Pero en la década del 40 hay que decir que las universidades argentinas seguían siendo elitistas y restrictivas. Por caso, las facultades de ingeniería de las universidades nacionales se negaban a recibir egresados de escuelas industriales y técnicas. Las reformas peronistas fueron las que permitieron que los trabajadores de las fábricas y los hijos de los trabajadores pudieran estudiar una carrera universitaria y esa fue, en gran medida, la causa de la ruptura del determinismo social y económico en Argentina.
Estas dos tradiciones universitarias diferentes, que tuvieron no pocas contradicciones históricas y enfrentamientos, plantean hoy una situación novedosa. No pueden historizarse sin distinguirse y contrastarse, pero tampoco pueden reivindicarse sin asociarse, porque ambas confluyeron en la síntesis de un único modelo universitario que llega hasta nuestro presente. Y ambas tradiciones llegan inacabadas y en riesgo. Es decir que, ninguno de los logros y rasgos de nuestras universidades públicas puede darse por imprescriptible o asegurado para siempre. Hoy esas conquistas deben ser defendidas y potenciadas más que nunca en contra de los sometimientos y las injusticias que se promocionan con ahínco. La singularidad del modelo universitario argentino, único y peculiar en el mundo y al mismo tiempo exitoso como motor de desarrollo social, es algo sobre lo que siempre acechan el conservadurismo retrógrado, los planteos privatizadores, las ansias excluyentes, los detractores de la acción estatal y los fanáticos del ajuste de los presupuestos.