En el «manual» de los políticos argentinos en campaña hay una serie de mandatos inmutables. Por ejemplo, que un candidato oficialista siempre tratará de planchar al dólar, o que el postulante que va primero se niega a debatir con el que va segundo.
Buenos Aires.- Una de esas máximas indica que el que ve sus chances complicadas intenta dar un golpe de efecto por la vía de forzar al oponente a sentarse en la misma mesa y analizar una propuesta de su autoría. De esa forma, el segundo recobra protagonismo y envía a la población un mensaje entrelíneas de que él es quien lidera el armado de una agenda de largo plazo.
Pasó varias veces: uno de los ejemplos clásicos fue la invitación -en 1999- de Eduardo Duhalde, ya rezagado en las encuestas, a Fernando de la Rúa a consensuar un programa que incluía una solución para la deuda externa que ya se intuía difícil de honrar. Por supuesto, De la Rúa declinó el ofrecimiento y ganó con holgura en primera vuelta.
En los últimos días, esa estrategia de campaña tuvo una nueva edición, con la diferencia de que ahora quien la promovió fue el propio Gobierno. El comentado «acuerdo de los 10 puntos» logró varios de los objetivos políticos que puede necesitar el macrismo en un momento complicado.
Para empezar, la recuperación del centro de la escena política, con una jugada que obliga a los opositores a definirse.
Pero, sobre todo, en la entrelínea de la propuesta, un refuerzo de la estrategia política de la polarización, porque cada uno de los puntos conlleva su dosis de provocación para el peronismo y pretende restablecer el «quién es quién» en la política argentina.
«Esas herramientas nos permitirán decirle al mundo que esto que hemos empezado va a continuar y hace falta generosidad para acordar y llevar tranquilidad y futuro a todos los argentinos», explicó Mauricio Macri. Y aunque no lo dijo en ningún momento, quedaba implícito que el kirchnerismo no formaba parte de la invitación.
De hecho, Macri planteó que en los próximos meses se definirá si la Argentina tendrá 25 años de crecimiento o si regresará a «la oscuridad y la confrontación permanente».
El día anterior –cuando se dio a conocer el contenido del acuerdo-, en un acto kirchnerista, Máximo Kirchner dio una respuesta indirecta, al afirmar que lo tenía sin cuidado la opinión de los mercados financieros sobre el programa de gobierno de su madre, la ex presidenta.
«No me interesa el humor de los mercados financieros ni del Fondo Monetario Internacional. Van a tener que esperar en la Argentina, primero tenemos que poner por delante la enorme deuda interna que está generando este gobierno», fue la frase textual de Máximo.
Y por si estas señales no alcanzaran, la sola lectura de los 10 puntos del acuerdo parece confirmar que la redacción fue hecha para que el kirchnerismo tuviese que rechazar, sí o sí, el documento. El punto que refiere a la transparencia en las estadísticas, por caso, es una referencia que no admite doble lectura: habla del compromiso de no volver a la opacidad de las cifras públicas que caracterizó a la «intervención» del Indec por parte de Guillermo Moreno.
Y, sobre todo, el punto que refiere al compromiso de honrar los pagos de deuda, tiene también un vínculo directo con las peleas que Cristina Kirchner mantenía con los acreedores de la Argentina durante la batalla con los «fondos buitre».
También los puntos referidos a la necesidad de reformas estructurales como un nuevo marco laboral más desregulado y un nuevo esquema jubilatorio menos oneroso para el Estado van al choque con el discurso que está sosteniendo el kirchnerismo y buena parte del peronismo no K.
En sentido contrario, así como hay puntos imposibles de ser aceptados por el kirchnerismo, hay otros que parecen hechos para que no puedan ser rechazados por los gobernadores provinciales. Tales como el que preanuncia un pacto federal.
O, por caso, el que alude al respeto a las inversiones y las garantías para la propiedad privada. Es un tema imposible de rehusar para un gobernador de una provincia con recursos naturales y que está ansioso por recibir inversiones externas.
De hecho, el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, está ahora mismo negociando con gobernadores peronistas su adhesión a los 10 puntos.
Argumentos para el rechazo
En definitiva, el acuerdo parece diseñado para forzar a algunos jugadores a la aceptación y a otros al rechazo. Entre los que parecían destinados a quedar al margen se encontraba Roberto Lavagna, quien se apuró a explicar por qué no ve un atractivo en adherir a una proposición que es «puro marketing político».
Lavagna desestimó la propuesta por considerar que, lejos de establecer una autocrítica y un diagnóstico de puntos a corregir, ahonda en el error porque elude hablar del crecimiento económico como punto de partida para buscar los saneamientos de cuentas y reformas estructurales.
Lo mismo ocurrió con el otro precandidato del peronismo alternativo, Sergio Massa, quien culpó al Gobierno por la pérdida de confianza. Y recordó que la búsqueda de acuerdos no se hace a través de filtraciones de prensa. En las horas previas a su conferencia de prensa, se supo que la invitación a firmar el acuerdo le había llegado a Massa a través de un mensaje de Whatsapp.
En definitiva, es un documento en el que una parte del peronismo aparece gustoso de firmar -como el senador Miguel Pichetto, quien en las últimas semanas intentó llevar tranquilidad a los inversores de Wall Street- y otra parte, en cambio, parece ansiosa por expresar su rechazo. En otras palabras, a pedir de boca para un macrismo que necesita recuperarse de los últimos reveses políticos.
La fisura en el peronismo no sólo logra el siempre buscado efecto de dividir a los adversarios, sino que además busca diluir la imagen del «espacio del centro» como una alternativa de poder.
El rechazo explícito de Lavagna al documento lo acerca, desde la óptica de Cambiemos, al kirchnerismo.
Arma de doble filo financiero
Claro que no todos coinciden con que esta estrategia electoral sea beneficiosa para el Gobierno. Porque si bien es cierto que cumple con algunos requisitos positivos, también implica algunos riesgos.
Para empezar, si el objetivo era transmitir tranquilidad al exterior y mejorar la imagen argentina en un momento en el que el mercado desconfía y se saca de encima los títulos de deuda soberana, el resultado parece un fracaso.
A fin de cuentas, la desconfianza de los mercados reside en la incertidumbre sobre lo que podría ocurrir si un opositor peronista llega al poder. Y este documento no despeja esos temores en lo más mínimo. Más bien al contrario, el hecho de que Cristina, Lavagna y Massa lo hayan desestimado podría confirmar sus peores sospechas.
Desde Wall Street, gestores de fondos de inversión dejaron entrever su disgusto con lo que está ocurriendo con la propuesta del Presidente. Le achacan estar desperdiciando una oportunidad política para calmar a los mercados, y no creen que pueda haber una segunda chance si, ya más entrada la campaña electoral, se produce una volatilidad fuerte en el mercado.
En este sentido, hubo politólogos, como Rosendo Fraga, que recordaron la experiencia de Brasil en 2002, cuando todo hacía suponer que Lula se convertiría en presidente, y los mercados no sabían bien a qué atenerse. En ese entonces, recuerda Fraga, el presidente Fernando Henrique Cardoso impulsó un compromiso de toda la clase política para que los inversores descartaran el riesgo del default. Y la pieza clave de ese acuerdo fue que lo firmaran todos, empezando por Lula.
¿Error de cálculo o efecto buscado?
Queda la duda de si promover un acuerdo que –al revés del caso brasileño- pone más de manifiesto las diferencias que los consensos nacionales es algo buscado o es un error de cálculo.
Tal vez ayude al análisis las reflexiones políticas de Jaime Durán Barba, el «gurú» preferido de Macri.
En una reciente columna periodística, el politólogo ecuatoriano recuerda cómo «desde hace muchos años los líderes alternativos han derrotado a las coaliciones del establishment formadas por medios de comunicación y partidos políticos». Y enumera una larga lista de ejemplos de varios países en los que las coaliciones que parecían representar a las corporaciones perdieron contra los que surgieron como líderes alternativos.
Por si quedara alguna duda, Durán Barba plantea sin medias tintas: «Un frente de unidad de sus adversarios aseguraría un triunfo contundente de Cristina Fernández».
En otras palabras, el principal estratega del macrismo defiende la estrategia opuesta a la que se desprende de la lectura de Macri. Es decir, Durán Barba no quiere a todos los líderes políticos en una vereda y a Cristina en otra.
Más bien al contrario, cree que así no hace más que alentar las chances de la expresidenta. De manera que su estímulo es empujar a otros peronistas al sector de Cristina, para mejorar las chances de Macri.
Lo de siempre: la polarización como estrategia electoral.
A Macri, el episodio de «los 10 puntos» le deja otro punto a favor. Ahora puede pararse frente a los protagonistas del «círculo rojo», que suelen machacar con la necesidad de un «pacto de la Moncloa», y argumentar que él estuvo dispuesto, pero que en la Argentina no se puede buscar esos acuerdos.
El rechazo del peronismo le servirá para demostrar que en este escenario bipolar no hay espacio ni siquiera para –según las palabras del propio Macri- «los acuerdos más elementales y básicos».