Malasia, Corea, Taiwán, Islandia, India, Nigeria, Chile, Colombia, México, Brasil y Costa Rica son ejemplos de países que aplicaron diversos controles o cepos. Algunos se caracterizaron por ser gobiernos con un discurso liberal en lo económico.
Buenos Aires.- Desde el Acuerdo de Bretton Woods post segunda Guerra Mundial, el FMI fue designado como el organismo global encargado de estabilizar los desequilibrios financieros que puedan aquejar a las economías nacionales.
En el ocaso de la Guerra Fría a finales de la década de 1980, el FMI, a través del Consenso de Washington, fue determinante en su planteo: los controles de capital no debían utilizarse, salvo en muy excepcionales tiempos de crisis financieras, ya que básicamente implicaban una merma en las inversiones externas además de una distorsión a la asignación del capital físico, lo que derivaba en un impedimento al dinamismo y al crecimiento económico.
Alguno se preguntará si era necesario sopesar las crisis globales vividas para realizar algún tipo de control. Sin embargo, en los albores del dominio de la superpotencia unipolar no era un tema de discusión para el ‘mainstream’ económico, a pesar de que la historia económica nunca había demostrado -ni hasta el día de hoy– una correlación positiva entre el crecimiento y la libre movilidad de capitales.
Los cepos del sudeste asiático
Posteriormente a la crisis financiera asiática de 1997-1998, donde varias naciones se vieron literalmente obligadas a adoptar controles de capital, la visión viró hacia una aceptación general de que las regulaciones pueden ser apropiadas en determinadas ocasiones -incluso esenciales -, en tiempos de escenarios adversos. Un claro ejemplo fue Malasia, país que impuso estrictos controles para el intercambio y límites a las salidas de inversiones financieras, con el objetivo de contener y apaciguar los daños que causaba el contexto recesivo que aquejaba al país luego de la ingente fuga de capitales. Con una característica saliente: Malasia hizo caso omiso a los pedidos de ajuste del FMI. Para el 2.000, el país volvía a crecer con fuerza; más aún que aquellos que siguieron los consejos del Fondo.
Otro dato más para tener en cuenta: en los últimos años Taiwán e Indonesia le restringieron a los inversores extranjeros el acceso a determinados depósitos bancarios, además de requerirles ciertos períodos temporales mínimos para con la inversión de capital dentro de sus territorios.
En la República de Corea, por su parte, la presencia dominante de los bancos residentes en las transacciones internacionales de flujos de capital ha permitido una mayor regulación estatal.
Evidentemente, la crisis del sudeste asiático, más de dos décadas atrás, caló tan hondo que los sucesivos gobiernos regionales no lo olvidan. Aprender de la historia denota madurez.
Los controles de capitales en el Viejo Continente
La crisis de 2008-2009 profundizó el cambio de paradigma: en este caso, el FMI aprobó vehementemente la aplicación de controles de capital para la situación islandesa, quien vivía en aquel momento una sangría de depósitos de personas físicas y jurídicas, sobre todo del Reino Unido y Rusia.
Por supuesto, cuando la crisis acontece, nadie se acuerda de la fiesta de influjos financieros que habían vivido desde la creación y profundización de la Unión Europea y la impronta inversora internacionalista de los grandes magnates rusos.
Pero Islandia aprendió la lección: impuso controles que ayudaron a frenar la fuga colosal de capitales, enjuició a los responsables de la mala praxis económica y fue paciente para esperar una recuperación económica lenta pero sostenida. Después de casi una década, Islandia avanza lentamente hacia la eliminación de los controles, pero solventado desde una lógica institucional diferente. Pragmatismo y experiencia se diría. Otro punto a tener en cuenta.
Otros países aplicaron cepos para contrarrestas la Guerra Comercial
La actualidad global también nos brinda ejemplos. En este sentido, India y Nigeria endurecieron recientemente el acceso de sus ciudadanos a las divisas como parte de la lucha por limitar la salida de capitales causada por el desmantelamiento de las políticas de estímulo de la Reserva Federal de Estados Unidos y la devaluación del yuan.
Un vez más, la guerra comercial de las dos principales potencias mundiales deja en evidencia la globalización financiera que vivimos. Podrá gustarnos o no, pero los capitales todavía se movilizan con gran fluidez, buscando agresivamente en cada rincón del planeta la mayor tasa de rentabilidad. Es la lógica del capitalismo neoliberal moderno, que siendo sinceros, aunque pueda perimirse en la coyuntura con diversos matices, nunca se ha ido. Los países inteligentes lo entienden. Y buscan mitigar los efectos adversos.
¿Y por casa cómo andamos? los cepos en América latina
En nuestra región la historia también nos deja enseñanzas. Por un lado, Chile sufrió uno de los más severos impactos luego de la crisis de los años ‘80 en América latina, derivado de la liberalización extrema de los flujos financieros y la ausencia de regulaciones. El sistema de controles posterior permitió, en cambio, sortear sin problemas la crisis mexicana de finales de 1994, además de minimizar los impactos financieros de la crisis asiática. Regulación y liberalización se complementaron por la vía de simplificar el ingreso de capitales orientados a la inversión productiva o de largo plazo; reduciendo, como contraparte, los impactos de la volatilidad financiera.
En este sentido, es interesante que, paradójicamente, países como Chile, Colombia y México, que en la última década se caracterizaron por un discurso liberal en lo económico, presenten mayores controles que la media de la región. Más allá que la intensidad con la que cada control se utiliza es diferente, la regulación existe. Está claro que una cosa es lo que se dice, y otra es el trasfondo de lo que se hace. Discursiva y realidad pueden ser dos caras de la misma moneda. Y porque no dar resultados positivos.
Por otro lado, en el 2008 inversiones de ‘carry-trade’ inundaron Brasil e inflaron artificialmente el valor del real, minando la competitividad de las exportaciones industriales brasileñas. Como consecuencia, Brasil implementó impuestos a la inversión extranjera en el mercado local de acciones y bonos, con el objeto de impedir que los flujos especulativos aprecien el tipo de cambio.
Al igual que en Brasil, a principios del 2010 crecientes flujos especulativos incrementaron el valor del colón costarricense, dañando la capacidad operativa de su producción nacional. Menos de un año después, Costa Rica decidió establecer un encaje a los préstamos externos de corto plazo recibidos por los bancos y otras entidades financieras. El miedo en ambos Estados tenía sus razones concretas: estos flujos cortoplacistas no sólo estaban amenazando las capacidades exportadoras y productivas de estos países, sino que también aumentaban el riesgo de una repentina reversión de flujos con sus derivaciones devaluatorias e inflacionarias.
El control de capitales, una medida macroprudencial
La revisión histórica y geográfica realizada demuestra que las medidas macroprudenciales para limitar la inestabilidad financiera son una necesidad permanente. La combinación de instrumentos, intensidad y reglas contingentes en el momento apropiado y con la precisión correspondiente – incluyendo intervenciones esterilizadas, encajes diferenciales, cuantificación máxima en la compra de divisas, requerimientos de permanencia mínima, desdolarización de la deuda pública, regulación de contratos de derivados en el exterior, posición de los bonos en el mercado local, otorgamiento de deuda externa a residentes -, generan un marco de solidez determinante para con la efectividad macroeconómica.
Por supuesto, ello se debe retroalimentar positivamente con un contexto jurídico e institucional doméstico acorde que acompañe y posea los suficientes grados de libertad, – como podría ser el evitar firmar tratados bilaterales sobre inversiones o acuerdos de libre comercio que pudieran reducir el margen normativo del país para poder aplicar controles y regulaciones en cualquier momento que sea necesario -, para que el sistema como un todo sea estructuralmente sustentable.
¿Qué ocurrirá en la Argentina?
No podemos concluir sin referirnos a nuestra bendita Argentina. Seamos claros: nadie se enamora de una moneda. La pasión nacional por el dólar se debe a los históricos desequilibrios macroeconómicos derivados de la permanente falta de divisas. Como en gran parte de los órdenes de la vida, lo que escasea se desea. Y en un país como el nuestro, con una inestabilidad cíclica exorbitante, no se puede estar esperando con los brazos cruzados que llegue la próxima ‘fiebre del dólar’ (por ahora, quien dice que no se convertirá en la ‘fiebre del yuan’ a futuro) con su consecuente y repentina salida de capitales del sistema financiero.
Por otro lado, debemos clarificar preventivamente que intereses están en juego, para que los agentes, tanto internos como externos, tengan a sabiendas los costos económicos que provocan las decisiones gubernamentales. Debemos terminar con la fiesta de las expectativas ‘demasiado optimistas’ de unos pocos, donde existe una mínima aversión al riesgo para los que conocen del negocio. Los que saben cuándo entrar, pero sobre todo cuando salir.
En concatenamiento con este último punto, se torna fundamental comprender la relación entre la falta de control de capitales, las enormes crisis macro y microeconómicas recurrentes, y la pobreza que aqueja a la mayoría de nuestros ciudadanos. Porque en realidad, los que sufren son siempre los mismos. Los que no tienen la comprensión para anticiparse a las coyunturas adversas, ni la capacidad financiera de sobreponerse a los coletazos económicos. ¿Es necesario siempre depender de la pericia propia para ‘zafar’ de los avatares de nuestra economía?
Porque no soñar en una crisis como algo excepcional dada la habilidad de un gobierno previsor, con una posterior reacción rápida, inteligente y pragmática para estabilizar la dinámica macroeconómica en un periodo de tiempo breve.
Pero en un país como el nuestro, que tiene como característica principal justamente una histórica variabilidad que se transforma raudamente en una bipolaridad generadora de enormes costos económicos y sociales de largo plazo, parecería ser una utopía. Por lo pronto, aunque sea aprendamos y copiemos, adaptando a nuestras características propias lo que a otros les ha dado buenos -o por lo menos aceptables- resultados macroeconómicos.