La situación planteada con la pandemia declarada por el Coronavirus nos pone a prueba como especie, como sociedad y como individuos. Pero también es un desafío para cada uno en su rol. Cada persona es importante y debe estar atenta para hacer lo que debe hacer, en esta crítica situación. Pero, ¿qué se espera de los gobernantes y del sector dirigente? ¿Serán, al menos por esta vez, capaces de asumir el rol que deben ocupar sin distraerse con sus propios intereses?
Por José Piñeiro – La crisis instalada a nivel planetario, una vez superada, seguramente dejará mucha tela para cortar, mucho análisis por hacer y mucho muerto para enterrar. Cadáveres víctimas del ataque viral y víctimas de la obsesión por la corona se contarán entre quienes resultarán perdedores en la contienda global, nacional y provincial que nos ocupa por estos días.
Hoy criticamos a los que vacían las góndolas, a los que se llevan todo el combustible, a quienes acopian por la dudas y a los que se abren paso a codazos en el supermercado. Le pedimos solidaridad a los que agarraron cuatro paquetes de fideos, a los que se llevan el último alcohol en gel que quedaba. Le reclamamos altruismo al que sale a la calle, en vez de quedarse guardados en la casa por su bien, el de los suyos y el de los demás.
Pero en la pelea contra el virus hay aliados que no suman tanto y socios que solo apuestan por sus ganancias personales, pretendiendo utilizar la pandemia como campo fértil para sumar porotos electorales camino a comicios que tal vez a algunos no nos encuentren vivos. Ricos ignorantes, poderosos impotentes; vuelven a pretender dominar una marea que no se domestica fácilmente.
Pandemia de solidaridad es lo que necesitamos, empatía, trueque de piel, sentirse el otro y sentirme en él. El virus atraviesa océanos y fronteras, se cuela por todas partes, errado está quien se crea inmunizado. No respeta clases, idiomas, ni apellidos, tanto es así que el Fondo Monetario pide a los países invertir en salud. Justo ellos, que se vienen consumiendo la salud, el bienestar, la felicidad, la comida y el futuro de tantos pueblos desde su origen mismo. Tal vez hayan asumido que ésta vez puede tocarles también, por más millones que acumulen en sus cuentas bancarias.
Lamentablemente, a nuestros gobernantes todavía les viene costando sentarse juntos frente a nosotros, unificar un mensaje, hablar al unísono, mirarse y mirarnos amablemente, transmitiendo a su pueblo la tranquilidad que se necesita en estos tiempos intranquilos. En los últimos días se multiplicaron las conferencias de prensa, y en algunas declaraciones hasta se trasluce un intento por responsabilizar al otro de algún problema, antes que buscar junto con el otro la forma de corregirlo.
Necesitamos estar alertas pero confiados, no de que todo va a salir bien, pero sí de que haremos lo posible y que el enemigo es el virus, no el que ostenta la corona. Esa corona que se derrite cuando la temperatura es muy alta, tan alta como la que mata al virus. Esa temperatura que suele subir cuando el pueblo dice basta y se pone la paciencia impaciente. Por favor, por esta vez, que la corona importe menos que la pandemia y que cada uno atienda su juego, porque no estamos jugando.