Se trata de un relato de ficción -algo más de 60 páginas- basado en hechos tan reales como horribles y repudiables: cuando en 1881 un grupo de personas del Pueblo Kawésqar, de la Tierra del Fuego, fueron secuestradas y llevadas como cautivos a Europa, para mostrarlos como “curiosidades étnicas” en París y otras ciudades.
Viedma.- (APP) El periodista y escritor sacó a la luz un nuevo libro, esta vez sólo disponible en formato digital. El acceso es totalmente gratuito desde este enlace: https://drive.google.com/file/d/1tbQDjH6jD86VLfv85XLAZY-wwxmqCUCl/view?usp=sharing
Se trata de un relato de ficción -algo más de 60 páginas- basado en hechos tan reales como horribles y repudiables: cuando en 1881 un grupo de personas del Pueblo Kawésqar, de la Tierra del Fuego, fueron secuestradas y llevadas como cautivos a Europa, para mostrarlos como “curiosidades étnicas” en París y otras ciudades.
Como señaló el propio escritor en el epílogo de la obra, el propósito de la novela corta “es ilustrar sobre esta trágica historia de sometimiento y crueldad contra un grupo de indios fueguinos del sur del territorio americano, actualmente en jurisdicción de Chile, procurando que se conozca y difunda por medio de la ficción, en apoyo a las investigaciones académicas que han esclarecido adecuadamente el tema”.
Mencionó que “el caso del cautiverio del grupo de kawésqar, con la muerte de siete de los once indios llevados por la fuerza a Europa, no fue el único de esa naturaleza –tal como han estudiado Báez Allende y otros autores- porque este tipo de barbarie fue muy común en las últimas décadas del siglo XIX, impulsadas por finalidades comerciales o presuntamente evangelizadoras, para mostrar en el Viejo Mundo a personas presentadas como ‘especímenes curiosos’ o ‘criaturas salvajes recuperadas para la civilización’, en el marco del pensamiento positivista de las clases dominantes”.
Dijo con razón que estas discriminaciones y violaciones contra miembros de los pueblos originarios de Argentina y Chile “han sido cruelmente naturalizadas y todavía no reciben todo el repudio merecido”.
Sin lugar a dudas, la nueva obra de Espinosa, que a través del formato digital seguramente encontrará más lectores que con la tradicional en el papel, además de sus méritos literarios que son altos cumple con el rol pedagógico de hacer conocer esta trágica historia como un capítulo más de los atropellos y masacres producidas desde el inicio de la conquista y colonización sobre las distintas sociedades indígenas, que junto a los virus y bacterias que trajeron los blancos llevaron a pueblos originarios hasta el exterminio, como paso con los distintos pueblos de la Tierra del Fuego.
El libro muestra además que Espinosa se va despojando cada vez más de su larga y rica trayectoria de cronista hacia un fructífero camino estrictamente literario, abordando la narrativa como un sistema cerrado donde, como decía Cortázar, no hay un mero relato sino una historia con la tensión suficiente como para ser trampolín de reflexiones psíquicas y distintos sentimientos.
Carlos Espinosa nació en 1950 en Buenos Aires pero a partir de 1967 se fue haciendo patagónico y vive en Carmen de Patagones. Tiene editados en papel “Perfiles y postales” (2005), “Por los pasos en la vereda” (2007), “Roberto Arlt en la Patagonia” (2007), “Crónicas de la Casa de Gobierno de Río Negro” (2016) y “Los oficios de Don Guillermo” (2016), entre otros.
Asi escribe
Luís baja casi corriendo del tranvía a caballos que lo deja en la avenida principal del Bosque de Boulogne, en el acceso al Jardín de Aclimatación. Los guardias ya conocen al muchacho francés, rubio, flaco y largo que trabaja como asistente de Kurt Terne, el regente de la muestra, y le permiten pasar por una rendija de los pesados portones que se abrirán al público tres horas más tarde.
Luís lleva en uno de los bolsillos de su chaqueta un papel doblado en cuatro. Está muy contento porque esa hoja arrancada de un ejemplar del semanario L’Illustration, encontrada esa mañana en el taller de Gervasio, su tío zapatero, seguramente pintará un poco de alegría en el rostro de su amigo Pedro.
Son casi las once, de un luminoso día de septiembre, París respira por la proximidad del otoño y ese parque es un buen pulmón purificador. Los barrenderos ya juntaron los miles de envases vacíos de golosinas y cigarros, restos de toscanos y de alfajores, botellas de cerveza y de naranjina, papeles de diverso uso y reclames de publicidad que dejaron la tarde anterior los 15 mil visitantes que pasaron por allí.
Luís se detiene en su rincón favorito, donde una acacia expande generosa sombra en ambos lados de la reja. Del lado de afuera hay un banco de madera, del lado de adentro un par de troncos cruzados. Luis se sienta en el banco y espera.
Un operario junta los papeles que el viento llevó para el lado de adentro de la reja, otro riega la tierra y los matorrales con el poderoso chorro de una manguera, hay uno que inspecciona el amplio solar de casi un cuarto de manzana cuidando que no haya quedado ningún montículo de excrementos a la vista del público.
En el fondo del espacio, a unos 15 metros de la reja entre árboles y enredaderas, fue construida una precaria choza de ramas tomadas en el mismo parque, que se levanta apenas un metro y medio del piso.
Luís saca con cuidado del bolsillo de la chaqueta el papel doblado, y espera. Sabe que su amigo Pedro lo está observando desde el fondo, desde debajo de la choza. Sabe que Pedro calcula el momento adecuado para salir del refugio, antes de que Kurt Terne haga su recorrida matutina.
El largo silbido que imita a la gaviota anuncia la aparición de Pedro, un muchacho de pelo largo y rebelde, de piel oscura, ojos marrones atentos y mirada vigilante. Luis se apoya en la reja, con el papel abierto de manera tal que desde adentro se pueda apreciar la foto en sepia, con la leyenda “Les imposantes chaînes fuégiennes du bout du monde” que seguramente su amigo no entenderá, pero no importa, porque la imagen es sumamente clara.
—Mira, mira, esta es tu tierra —le dice Luis señalando la ilustración—.Canoa, canoa… —contesta Pedro, reparando en la silueta difusa de una embarcación que se divisa en el fondo de la foto—Canoa, pfuaaa, pfuaaa, pfuaaa… —explica, imitando con los brazos la acción de remar, con el apoyo del sonido—. Canoa, mar, mar, pfuaa… —agrega, abriendo las manos como si quisiera tocar el agua.
Luís dobla nuevamente el papel y se lo extiende al amigo.
—Para ti, guárdalo y muéstraselo a los otros.
Como Pedro no entiende la frase tan larga se la repite en tramos:
—Para ti, tuyo; que lo vean los otros —haciendo gestos demostrativos. El amigo se ríe y aprieta el recorte contra su pecho desnudo. Es la primera vez, desde hace una semana, que Luís lo ve reír. Suspira emocionado, porque logró el objetivo de aquella mañana.
—Canoa, canoa —repite… repite.
Luís ya no tiene dudas sobre el origen lejano del hombrecito de piel amarronada, color tierra, que le brinda su confianza, a pesar de la situación de notorio sufrimiento en que se encuentra. (APP)