Detectan malaria aviar en aves migrantes en Cabo de Hornos

Científicos del Centro Internacional Cabo de Hornos (CHIC, por sus siglas en inglés), la Universidad de Magallanes (UMAG), Omora y la Universidad de North Texas realizan trabajo de campo en la Reserva de Biosfera Cabo de Hornos para detectar si el virus malaria aviar está presente y afecta a las aves de los bosques más australes del mundo.

Punta Arenas.- El Parque Omora ha establecido el programa de estudios y anillamiento de aves de bosques subantárticos más extenso del mundo. “Durante más de dos décadas hemos investigado las aves que representan indicadores de la salud e integridad de los ecosistemas. De hecho, las aves son los animales vertebrados terrestres más abundantes y diversos en la ecorregión subantártica de Magallanes”, subrayó Ricardo Rozzi, director del CHIC.

Los primeros antecedentes en isla Navarino datan de un estudio realizado en 2005 en el marco de una investigación internacional entre el Parque Etnobotánico Omora, la Universidad de Chile, y el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, cuando se detectó la presencia del parásito Plasmodium en el ave migratoria fío-fío (Elaenia albiceps), del parásito secundario Haemoproetus (conocido también como seudo-malaria) en el chincol (Zonotrichia capensis) -también migrador- y de un tercer parásito Leucocytozoon, este último endémico de la región subantártica en diversas especies residentes. Aquella vez también se detectó la presencia de Plasmodium en un cometocino patagónico en Punta Arenas.

 

Monitoreo

 

La presencia de malaria aviar en aves en la Reserva de la Biosfera Cabo de Hornos ha sido estudiada durante las últimas dos décadas por investigadores del grupo de Aves del Programa de Conservación Biocultural Subantártica UMAG que trabaja en el monitoreo en el Parque Omora, a unos 3 kilómetros de Puerto Williams, en la comuna Cabo de Hornos, al fin del mundo.

La malaria aviar, en sentido amplio, es una enfermedad causada por protozoos sanguíneos pertenecientes a los géneros Plasmodium, Haemoproteus y Leucocytozoon (Orden Haemosporida). Estos parásitos son transmitidos por la picadura de diferentes especies de zancudos, moscas parasíticas y jejenes.

Los investigadores recalcaron que la presencia de los mosquitos no implica una amenaza para la salud humana y que el objetivo es desarrollar un monitoreo permanente sobre este tipo de vectores en la Reserva, información que ofrece seguridad a los visitantes y turistas.

Tras ese trabajo quedaron planteadas varias interrogantes respecto a si cabía la posibilidad que el principal parásito de la malaria aviar, el Plasmodium, pudiese alcanzar a las aves residentes, especialmente en un escenario de cambio climático, en donde se espera un aumento en la distribución de los vectores del parásito hacia altas latitudes.

El doctor en ciencias biológicas, académico de la UMAG e investigador del Parque Etnobotánico Omora, Juan Rivero de Aguilar, recordó que el monitoreo de aves comenzó en la zona de Navarino hace 21 años, realizándose seguimiento mensual y anual de las poblaciones en la isla hasta el presente.

 

La influencia del cambio climático

 

Trece años después se amplía la investigación con un programa a tres años plazo a través un proyecto de la National Science Foundation liderado por el investigador de biología en conservación y académico de la Universidad de North Texas, Andrew Gregory junto a James Kennedy y Ricardo Rozzi.

Andrew Gregory destacó la investigación porque es importante estudiar la situación antes que haya una generalización y ver cuáles son los impactos sobre los ecosistemas: “La malaria es una enfermedad donde los protozoos, los parásitos, son muy específicos en el huésped que infecta. El proyecto es de tres años y se estará viniendo dos veces al año: en enero y mayo por un mes”.

Gegory resaltó que se eligió trabajar en el Parque Omora y la Reserva de la Biosfera Cabo de Hornos porque es de las pocas áreas prístinas que quedan en el mundo y permite estudiar la malaria aviar bajo condiciones pre-industriales, comparar y entender el fenómeno con las áreas del hemisferio norte.

En este parque se ha mantenido una colaboración entre UNT y UMAG por más de dos décadas, lo que ha generado una base de datos que permite investigar la evolución en el tiempo de los impactos del cambio climático sobre la biodiversidad subantártica, un foco central del nuevo centro de excelencia CHIC.

Rivero de Aguilar, quien lidera el equipo chileno en este estudio, apuntó que ahora se ha visto que el cambio climático podría facilitar la llegada hasta isla Navarino de vectores o transmisores del parásito Plasmodium como los zancudos y los jejenes, pequeños mosquitos negros que son molestosos y pican a las aves.

Recientemente se ha detectado la presencia de una especie de mosquito, que si bien es endémica de la Región de Magallanes, nunca antes se había registrado en isla Navarino, alertando de la posibilidad de la llegada de otros potenciales vectores de la malaria aviar. La duda está en determinar si estos vectores están o no afectando a las aves residentes como jilgueros, zorzales o cometocino entre otros.

El investigador del CHIC-UMAG explicó que una de las hipótesis “es investigar si efectivamente aquella infección en aquel cometocino se produjo en Punta Arenas. Por lo general, los cometocinos patagónicos suelen ser bastante sedentarios aunque sí se conoce que tienen movimientos de dispersión. Podría ser que fuese una falsa alarma en el sentido que no se infectó en Chile y que pudo infectarse en Argentina o en una región cercana”.

Agregó que con el proyecto que comienza ahora, en apoyo con el grupo de North Texas, es constatar toda la información que ya disponen de antes, pero desconocen cómo está la situación ahora más que nada asumiendo que se están aceptando un cambio climático que podría estar alterando la distribución de los mosquitos.

“En isla Navarino hasta hace dos o tres años no habían zancudos y ahora sí que los hay. Entre esos zancudos está el mosquito (Aedes albifasciatus) que es conocido en Magallanes, pero no había llegado a Navarino con lo cual apunta a que precisamente puede haber un efecto climático que está ayudando al desplazamiento de estos insectos vectores. Con la colaboración de UNT y el grupo IRES lo que realizamos ahora es muy similar a lo realizado en 2008, pero además estamos muestreando los vectores”, sostiene Rivero de Aguilar.

 

Sectores de muestreos

 

Han trabajado en el interior del Parque Omora y sus sitios de estudios ecológicos a largo plazo en el lago Róbalo y a bahía Yendegaia, al sur de la isla Tierra del Fuego, para detectar la presencia del parásito Plasmodium en esa zona.

“Hemos ido a estas localidades para capturar las aves con las redes de niebla y tomarles una muestra sanguínea. Esa muestra derivará en dos caminos: por un lado en el microscopio miraremos si en las células sanguíneas vemos presencia de estos parásitos y por otro lado estamos haciendo una PCR para que en el caso que la infección sea positiva podamos tener la secuencia genética de ese parásito y luego hacer una búsqueda en base de datos genéticas internacionales, que nos dirá a qué parásito corresponde”, asegura el especialista.

La novedad que tiene este trabajo colaborativo CHIC – UNT es comparar los resultados anteriores, más los de otros tesistas que han estado en Navarino y ver con las muestras obtenidas este verano. “En Yendegaia queremos muestrear los zancudos que están en Tierra de Fuego y ver si eventualmente tienen la presencia de Plasmodium . Si se está produciendo una alteración en la distribución de los vectores hacia el sur podremos comprobar si hay presencia de los parásitos”, destaca.

También aspiran realizar otros muestreos en torno a Punta Arenas y en la zona de Puerto Natales para abarcar toda la zona y ver si realmente estos zancudos están transmitiendo el parásito del Plasmodium a las aves residentes.

Con respecto a la presencia del tercer parásito, el Leucocytozoon, buscan identificar cuál es el vector de este tercer parásito, el cual en otras regiones de Sudamérica los principales vectores son los jejenes pertenecientes a los simúlidos.

Juan Rivero de Aguilar precisó que la buena noticia sería que no se detecte Plasmodium en las aves residentes subantárticas. “La no detección del parásito en aves residentes sería una buena noticia porque significaría que no ha habido alteración en la distribución de estos mosquitos o zancudos vectores en la región, los cuales son una potencial amenaza para las aves subantárticas las cuales carecen de defensas inmunitarias contra el parásito”, dice.

En el caso de la Reserva de la Biosfera Cabo de Hornos, aves migratorias como el fío-fío vuelan desde regiones tropicales como es el norte de Brasil con el parásito en la sangre y si existiese la pesencia de un insecto vector competente facilitaría la transmisión a las aves residentes. “Esa es la amenaza”, recalcó.

Fuente: El Mostrador.

 

 

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