(*) Fernando Gliubich
Argentina es el único país del mundo en donde el que invierte, arriesga y crea empleo genuino, está equivocado. La historia pasada y reciente nos enseña a especular, a ser informales, a buscarle la vuelta, ver cómo podemos evadir todas aquellas normas que nos impiden crecer. Lo cierto es que tenemos una geografía con abundantes recursos naturales, extensión territorial, todos los climas y ecosistemas, capacidad humana invaluable en el ámbito profesional, científico y de investigación, una riqueza cultural envidiable y así podríamos seguir enumerando todas nuestras “riquezas”.
De manera recurrente nos preguntamos qué hace falta para salir adelante. Dónde está la clave del estancamiento y de un círculo vicioso el cual nos ha llevado a casi 50% pobreza.
La responsabilidad le cabe a la clase dirigente, que desde hace muchas décadas no observa la realidad y corrige el rumbo.
La pregunta es simple, ¿quién va a generar empleo formal en este país?
Si continúan aumentando el gasto público, estructuras y plantas políticas, aumentando la presión impositiva sobre aquellos contribuyentes formalizados, incrementando los trámites y obligaciones comerciales, sumando burocracia, sosteniendo una ley antigua para entidades financieras que no está al servicio de la producción. Mucho menos nadie quiere hablar cuestiones de fondo, como por ejemplo, una reforma laboral que implique no una quita de derechos a los trabajadores sino restar presión impositiva y generar estímulos económicos y financieros para todas las PyMES.
La política necesita reivindicarse con la sociedad, sin mentir, y sostener un rumbo.
Ese camino de credibilidad comienza con un gran pacto, como lo fue el “Pacto de Olivos”. En la medida que los argentinos no recuperemos la confianza que tenemos un sistema que funciona con reglas claras, con seguridad jurídica, que protege la propiedad privada, garantiza una jubilación digna no inferior a un salario mínimo vital y móvil, que ningún niño puede pasar hambre, puede estar sin estudiar y que la salida de los planes sociales es través de las PyMES y no de la política prebendaria, es imposible que retomemos una senda de crecimiento y a su vez, recobremos la confianza en el ámbito internacional.
Argentina sigue siendo, a grandes rasgos, un país agroexportador. Nuestro suelo siempre nos ubica entre los países más ricos del mundo. Entonces ¿cómo explicamos nuestro presente?
El campo en sí, en general, no exporta directamente. Exportan los exportadores, que compran grano y lo venden afuera. En muchos casos, luego de procesarlo. El productor cobra pesos por esa venta al exportador (o a otro intermediario).
Casi el 65% de las divisas que ingresan al país (BCRA), provienen del complejo agroindustrial. Ahora bien, la industria existe y está sustentada con el aporte del agro, o sea de todos los productores que aportan al sistema industrial. No son formadores de precios, no participan con renta en la cadena de agregado de valor, y mucho menos exportan.
En diciembre de 2021, la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de Argentina (FADA) dio a conocer su medición trimestral sobre cuánto de la renta agrícola queda en manos del Estado. El informe marca que, de cada $100 de renta del productor (ingresos menos costos), en promedio hay $63,20 que quedan en manos de distintos niveles de gobierno. La presión impositiva es del 67,9% para la soja, 53,4% para el maíz, 62% para el trigo y 49,3% para el girasol. El informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) muestra la distorsión generada por la intervención estatal, en el que la Argentina figura como el que tiene el mayor nivel de presión sobre la renta agroindustrial.
Pero todo nace en el campo
Esta afirmación es muy importante porque cierto sector de la clase política y dirigente argentina pretende nuevamente engañar a la sociedad respecto a la inversión, el riesgo y esfuerzo personal y familiar que lleva adelante un productor agropecuario para luego esperar “una renta inesperada”, aduciendo un contexto de guerra internacional el cual hizo que nuestros commodities aumentaran de valor.
Me pregunto entonces cuál será el impuesto que van a crear para los fabricantes de televisores, banderas, gorras y camisetas, si Argentina llega a la final del mundial Qatar 2022.
Bienvenido sea que el país vaya a recibir un mayor ingreso de divisas, no los productores, lamentablemente a expensas de una guerra que Dios quiera no avance.
La naturaleza del problema es lo que nos ocupa, es decir por qué algunos dirigentes siempre observan al que le va bien para ver cómo pueden sacarle un poco más. Es un problema conceptual, con componentes ideológicos muy peligrosos que fomentan el odio y la grieta en la sociedad, dificultando aún más ese camino que debemos recorrer para nuevamente ser una Nación.
(*) Ex presidente de la Asociación Rural de Tierra del Fuego.