Por Enrique Schoua (*)
El cuento de que abrir la economía a la importación de todo tipo de productos, sin control y bajos aranceles, generará para los argentinos acceder a productos de menor precio, es una patraña. Y ningún país desarrollado lo hace. Ni los más liberales. Todo el mundo vigila de cerca estos sensibles temas, y no permiten que desde terceros países que manejan precios de dumping avasallen las industrias locales.
El origen del altísimo costo argentino, no reside en la ineficiencia de las empresas argentinas, como sostenía el ex Ministro de Economía Martínez de Hoz, quien luego de la apertura indiscriminada de la economía llegó a decir: “Sobre las quiebras de las industrias ineficientes se construirá la industria del futuro”.
Las causas de la falta de competitividad de la industria nacional, hay que buscarlas en la baja calidad de los políticos y economistas de turno, totalmente alejados de la austeridad republicana que debe imperar en toda administración pública, a lo cual es menester sumarle la falta de políticas de Estado, el constante cambio de reglas de juego que desconciertan al industrial más avezado y el atroz nivel de corrupción que pagamos entre todos.
La industria local supo ver tiempos mejores. En la década del 60, si bien la importación estaba gravada por aranceles altos, pero la industria manufacturera (eléctrica, electrónica, textil, etc.) de aquellos días era floreciente y de calidad comparable con lo mejor importado. Doy fé, no me lo contaron: Yo trabajé como supervisor de producción a mis 20 años en Yelmo SA, que producía electrodomésticos de primera calidad y precio, y exportaba a Brasil y a Australia y a varios países de Europa. Albergaba casi 1500 empleados. También estuve en WINCO SA, empresa electrónica que producía millones de artefactos reproductores de música por año, y que también tenía más de
1500 empleados. Por aquellos días, no era difícil conseguir trabajo y conservarlo. Solo había que querer trabajar. Teníamos en Argentina, infinidad de fábricas de todo tipo. Así de simple: Ritero, solo había que querer trabajar. Puedo citar muchas empresas más, que al igual que YELMO y WINCO, desaparecieron durante la apertura económica del gobierno del General Videla y su delfín Martínez de Hoz, que nos dejó una economía devastada además de una guerra perdida, un 20% de desocupación, y un banco central vaciado. Similar experiencia desarrolló en nuestro País, la dupla Menem / Cavallo, luego de lo cual Argentina no volvió a ser la misma. El desempleo superó el 20 % y comenzaron los planes, llamados PLAN TRABAJAR, que más bien eran PLAN DESCANSAR. Así que al Sr. economista Matías Surt, le recomiendo que investigue un poco más.
Hoy por hoy si buscamos una licuadora nacional, no existe. Una tostadora, tampoco. Una procesadora de alimentos menos. Un ventilador tampoco. Un monopatín, una bici, una hojita de afeitar una caja de chicles, un reloj, etc Todas esas manufacturas en cuya producción la mano de obra es importante, no se producen en nuestro país.
De la vapuleada industria manufacturera electrónica y electrodomésticos ha quedado solo un reducto en Tierra del Fuego, que ha sobrevivido gracias la la promoción industrial, pero ha generado empleo en grandes cantidades y por ende un sensible incremento de la población, factor clave para la consolidación de la soberanía nacional en el Atlántico Sur.
Así que Sr. Matías Surt, le reitero que investigue a fondo todas estas cuestiones y verifique la realidad de la Industria Fueguina, luego de lo cual seguramente vamos a coincidir.
(*) El ingeniero Enrique ‘Quique’ Schoua es uno de los pioneros de la industria electrónica fueguina y gran defensor de la Ley de Promoción Industrial 19640.