Si bien los Veteranos de Guerra son protagonistas indiscutibles en la historia de Tierra del Fuego, en estos días, cuando nos acercamos al 2 de abril, lo son aún más. Ella es la Veterana de Guerra de Malvinas (VGM) Silvia Barrera, sus palabras emocionan. Recuerda fechas y momentos con una cercanía que movilizan. “Cuando llegaban los soldados heridos al Irízar, nosotros teníamos que darles aliento, además de atenderlos y cuidarlos”, sostuvo al finalizar el acto de inauguración de la Carpa de Dignidad en Río Grande.
Ushuaia.- Reconoció que la Vigilia que se realiza en Río Grande, “se vive de otra manera, no es como en Buenos Aires. Acá uno siente realmente la causa Malvinas con un acompañamiento de toda la sociedad. Es muy importante el trabajo que realizan los Veteranos y los Herederos de la Causa Malvinas” opinó la VGM.
Contó que una vez finalizado el conflicto, las mujeres fueron condecoradas, en cada una las Fuerzas en las que prestaron servicios. Pero el reconocimiento nacional llegó al cumplirse 30 años de la Gesta, cuando en 2012 el Congreso, a través de una Resolución, las visibilizó como Veteranas de Guerra de Malvinas.
En los días del conflicto bélico, Silvia –instrumentadora quirúrgica de profesión- ofició de enfermera, camillera y psicóloga improvisada, según relata, en el buque Almirante Irízar que se transformó en hospital, donde llevaban a los heridos en combate. “También les dábamos nuestras palabras de aliento a esos soldados que venían heridos”, narró.
Precisó con particular interés, ciertos acontecimientos que perduran en su memoria, tales como su llegada a Malvinas; el primer arribo del helicóptero con soldados heridos; el 14 de junio “cuando se firmó el cese del fuego y nosotros habíamos salido de Buenos Aires pensando que estábamos manteniendo las posiciones”, compartió con la prensa la VGM.
“Estuvimos en Puerto Argentino a bordo del Irízar, desde el 9 al 19 de junio, y durante esos días, vivimos los bombardeos nocturnos hasta el 14 cuando comenzó el cese del fuego”, rememoró.
La Gesta del Atlántico Sur, dejó huellas en diferentes aspectos del andamiaje social de la Argentina. Sobre ello, Silvia mencionó que luego de 1982 comenzó el ingreso de mujeres en las Fuerzas, y de a poco se las visibiliza en espacios decisorios, hecho que celebró.
Cabe destacar que, Silvia junto a María Liliana Colino y Mariana Soneira participan del ciclo de conversaciones “Mujeres que hacen Historia”. Ellas pertenecieron al Ejército, Fuerza Aérea y Marina Mercante, respectivamente.
“Cuando Silvia le contó a su padre que al día siguiente partía para Malvinas, el suboficial retirado salió corriendo a comprarle una cámara y varios rollos. “Quiero saber todo de las Islas” le dijo, mientras le enseñaba a su hija como atarse los botines con eficiencia castrense. Silvia se cortó la larga cabellera rubia, pensando que así sería más práctico porque nada sabía sobre las necesidades que podrían surgir en las Islas. A pesar de la seguridad estricta y la profunda censura que existía en el país, Silvia Barrera logró traer al continente pruebas contundentes de la presencia de mujeres dentro del Teatro de Operaciones Atlántico Sur, a bordo del Buque Hospital Almirante Irizar. Logró atravesar la seguridad de ambas naciones escondiéndose algunos rollos en su ropa interior y la cámara, una Minolta Autopak llegó sana y salva con los registros de esos diez días que estuvieron a solos 600 metros de la costa de las Islas. Hoy, la voz de Silvia resuena en colegios e instituciones, portando la bandera de la Malvinización como su lucha personal que también comparte con otras Veteranas y Veteranos a lo largo y ancho del país. “Malvinas no puede ser olvidada. Debemos hablar ahora, que estamos vivas, porque cuando ya no lo estemos ya no habrá quien cuente las historias. Estamos vivas, y mientras vivamos, la memoria de Malvinas también lo estará”.
“Mientras terminaba de armar los BEM, Botiquines de Emergencias Médicas que llevaban todas las misiones de rescate en los Hércules C-130, la Cabo Principal Liliana escuchó la voz del Capitán Médico Adolfo Smith que le decía “¿te animás a venir?” y, sin dudarlo, respondió que sí. La noche del 21 al 22 de mayo marca el momento en que la única mujer con rango militar pisa Malvinas en una misión de logística y rescate de heridos en Puerto Argentino. Mientras coordinaba la subida de las ambulancias que debían entrar en reversa por la rampa del Hércules, estando ambos en movimiento para subir los heridos, Liliana estaba en la pista con la mirada puesta “en esa serpiente de luces rojas que bajaba hacia nosotros”, en referencia a la hilera de móviles que transportaban soldados del frente del Hospital Militar Conjunto de Puerto Argentino. Cuando escucho la alerta roja de Harriers en zona, corrió hacia el Hércules mientras sus botines hacían sopapa contra la turba malvinense ya que con la pista bombardeada y en la oscuridad, podía tropezarse. Desde la puerta de la nave armaron una cadena de hombres que, aferrándose entre sí, hacían ademanes desesperados para que corriera más rápido, hasta que su pequeña mano fue aferrada por uno de los suboficiales y la tiraron hacia dentro de la panza del avión al levantar vuelo: “Tuve el orgullo de pisar las Islas cuando ondeaba el pabellón argentino. No pienso volver mientras estén ocupadas. ¿A recuperarlas?, por supuesto, aunque ya soy viejita y no sé cuánto pueda ayudar, pero si me llaman, estaré ahí, como el primer día que elegí ir. Y creo que esa es la diferencia más importante, porque a Comodoro me ordenaron ir. A Malvinas… y sabiendo que todo podía pasar… a las Malvinas las elegí yo.”
“En enero de 1982 Mariana Florinda Soneira embarcaba en el buque de Transportes Navales ARA Bahía San Blas iniciando un año de prácticas a bordo siendo cadete del cuerpo de comunicaciones de la Escuela Nacional de Náutica Manuel Belgrano. Aquel 2 de abril cuando el barco quedó afectado al conflicto, le ofrecieron la posibilidad de desembarcar porque aún no estaba recibida de oficial, era alumna. Con apenas diecinueve años tomó la decisión de permanecer a bordo y continuó embarcada durante todo el conflicto. Así transcurrieron días y noches surcando el Atlántico Sur transportando armamentos, tanques, combustible, helicópteros y demás pertrechos navegando en sigilosa, en silencio radioeléctrico, sin escolta y en situación de peligro. En 1983 recibió el Diploma de Honor y Botón Solapa de la Armada Argentina en reconocimiento de los servicios prestados a la Patria. En 1990 recibió en el Congreso de la Nación el Diploma y Medalla en reconocimiento de su intervención en la lucha armada. En 2018 recibió la Mención de Honor Juana Azurduy de Padilla otorgada por el Senado de la Nación. Finalizado el conflicto continuó sus estudios y egresó de la Escuela de Nacional de Naútica como Oficial Radioperadora Naval de la Marina Mercante Argentina. Navegó durante ocho años en buques mercantes desempeñándose como Oficial radiotelegrafista a bordo. Desde 1991 vive en Ushuaia donde nacieron sus dos hijos. Cuarenta años después de la guerra aún sigue haciendo radio como LU4XYL.”