Historia de una mujer perpetuamente condenada

Claudia Concha Ávila cumple una condena a prisión perpetua en la alcaidía de mujeres de la ciudad de Ushuaia, por la muerte de Gustavo Ezequiel Ponce, quien la explotaba sexualmente. Oriunda de la provincia de Buenos Aires, llegó a Tierra del Fuego enviada por su marido para trabajar “en un pub o una fábrica”, pero terminó en el prostíbulo Red and White. Fue vendida y comprada por proxenetas, dice que “había que drogarse para resistir”. Denunció amenazas, menciona que fue secuestrada, pero asegura que “la policía no hacía nada”. Será parte del juicio que debe llevarse adelante por el delito de trata y explotación sexual, contra los responsables del local “Candilejas” de Ushuaia. Le ofrecieron llegar a un acuerdo por “omisión de debate”, pero ella quiere que se haga justicia. También pide que por fin el Estado la trate como víctima y sueña con tener un lugar donde vivir, que no sea la prisión. Alguna vez le prometieron ayuda y asistencia, sigue esperando.

Río Grande – Claudia estuvo permanentemente condenada, es de esas personas a las que no se les puede dar una segunda oportunidad, porque jamás tuvieron la primera. Entonces su historia es la de una mujer injustamente condicionada, que casi con naturalidad dice que quien era su marido la envió engañada a Ushuaia para trabajar en un pub, que en realidad era un prostíbulo.

Después cuenta que le sacaron el documento, que había que drogarse para resistir, que tomaba y toma psicofármacos en gran cantidad y con un dudoso o nulo seguimiento profesional. Su relato es, de a ratos, un tanto confuso. Pero lo que queda claro, clarísimo, es que Claudia fue víctima muchas veces, sin dudas más de las que muchos y muchas podrían soportar.

A Ushuaia llegó por un acuerdo que, según dice, hizo su ex marido “por mucha plata” y con el objetivo de trabajar para afrontar los gastos que les generaría la detención de un hijo que “había caído en la delincuencia, en las drogas y que estaba por cumplir su mayoría de edad”, con lo cual podía ir a prisión. “Yo lo arreglaba en las comisarías, para que no se elevaran las causas. Pero a mí ya no me daba el cuero para seguir haciéndolo, entonces el cobro plata por mí y yo no lo sabía. Cuando llego acá me dijeron que iba a trabajar en un pub o en alguna fábrica, porque yo confecciono ropa, pero terminé en el Red and White con una promesa de trabajo que no era”, relata.

Dice: “siempre me tuvieron agarrada por mis hijos”, aunque admite que le sacaban sus documentos, tenía que drogarse “para aguantar” y fue vendida en ocasiones entre proxenetas de Ushuaia y Río Grande. La referencia a sus hijos, tiene que ver con que uno de ellos “estuvo preso en Chaco, en Ezeiza, en Marcos Paz, después por suerte vino a parar acá porque yo vivía deprimida y llorando. Lo iba a ver, pero me prestaban 100 y me cobraban 500, entonces así me tenían siempre agarrada”, mencionó, refiriéndose al hijo que hoy está detenido en la alcaidía de calle Deloqui.

Menciona que la compraban entre proxenetas “por lo que ellos dicen: la plaza”. Señala luego que “te meten la falopa para que vos puedas aguantar, después el alcohol y ahí ya está, no te queda otra que hacerlo. Pero no es como ellos dicen, que te acostumbrás, vos sentís siempre lo mismo, pero no queda otra que acostumbrarte y tratar de que sea lo más rápido posible. Pero es algo que te trae muchos traumas”, señala con tristeza.

 

Perpetua sin atenuantes

 

Claudia Ávila, quien en unos meses cumplirá 50 años, fue condenada a prisión perpetua porque los jueces, del Tribunal de Juicio en lo Criminal del Distrito Judicial Sur, la encontraron culpable de matar a Ezequiel Gustavo Ponce, el 2 de diciembre de 2018, en un hospedaje de Ushuaia. La caratula fue “homicidio agravado por el vínculo”.

Sobre el hecho, el sitio web “Marcha” repasó en su momento que “Claudia –quien fue víctima del delito de trata de personas-, fue condenada por homicidio agravado por el vínculo y desde RATT Argentina (Red Alto al Tráfico y la Trata) se reclama que la justicia no consideró atenuantes para una mujer que había sido rescatada mediante un operativo federal, “pero que no lo fue de los terribles efectos sobre su psiquis y cuerpo”, según declaró la licenciada Viviana Caminos, presidenta de la ONG”.

“Claudia tenía su “fiolo” que le sacaba la plata y ejercía violencia sobre ella. Lo denunció, pidió una perimetral, en una sociedad como la de Ushuaia más amiga de los puteros y proxenetas que de las víctimas, donde se investiga después que todo ocurrió. Fue así como ella volvió con su victimario”, expresó Caminos en ese momento.

Pero, además, Claudia asegura que no fue la responsable de la muerte de Ponce. Esa noche, dice que Ponce se suicidó, remarca que nunca encontraron ADN en las piedras que supuestamente habrían sido utilizadas para golpearlo en la cabeza, e incluso sus abogados defensores, Yanina Fernández y Gustavo Ariznabarreta, hicieron hincapié en la necesidad de valorar el “beneficio de la duda”, entendiendo que la responsabilidad de Claudia no estaba debidamente probada.

Sin embargo, ella fue condenada y lleva cinco años y medio recluida en la alcaidía femenina de Ushuaia, sin más familia en la provincia que su hijo que se encuentra también preso. Cuenta que recientemente le diagnosticaron párkinson, que su ex marido le vendió la casa que tenía en Buenos Aires, cuando se enteró que había sido condenada -obviamente sin su consentimiento- y que además le suspendieron en un momento la ayuda social que percibía por haber sido víctima de trata, porque desde el Gobierno de la provincia le dijeron que “no había fondos disponibles”.

 

Esperando el milagro

 

A pesar de todo, Claudia se presta para realizar la entrevista y detrás de su rostro y de su mirada, que como dijera la licenciada Viviana Caminos reflejan “los terribles efectos sobre su psiquis y cuerpo”, dejados por una vida de perpetua condenada, aparece alguna esperanza. Se advierte claramente cuando, durante la propia charla, empecinada cuenta como sigue aguardando que alguna vez alguien le ayude a pegar el volantazo.

Se viene el juicio por “Candilejas”, donde deberá ser tomada como víctima junto a otras mujeres. El juicio ya fue postergado, la tentaron con un arreglo por “omisión de debate”; pero ella quiere que las cosas sean como deben ser, con los responsables rindiendo cuentas, con el Poder Judicial haciendo su trabajo, con las víctimas restañando heridas. También cuenta que alguna vez el gobernador, Gustavo Melella, le prometió que sería asistida con una vivienda social. Pide que no se olvide, cree que podría salir, espera una reparación y el final del encierro. De igual forma, espera que la ayuda social que le quitaron sea devuelta.

Cuenta que, alguno de sus proxenetas, le dijo una vez que mataría a quien lo denunciara por ser víctima, porque “acá nadie va preso por matar putas”. Hoy Claudia, que está presa, se pregunta si algún otro destino le corresponde, que no sea la cárcel o la tumba. Después de haber transitado una vida de perpetuas condenas, a soportar situaciones que nunca pudo elegir libremente. Alguien debería responderle alguna vez, ella sigue esperando.

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