Tal vez el 22 de febrero, “Día de la Antártida Argentina”, no se festeje con todos los honores que merecería, debido a que una inadecuada difusión de la actividad antártica argentina, ha generado en la sociedad nacional e internacional, y aún en algunos de nuestros antárticos, el falso concepto de que en nuestro país “la antártica” es una actividad esencialmente militar. Creo imprescindible modificar esa creencia y, por justicia y convicción, convertir el compromiso antártico en un icono distintivo de y para todos los argentinos y particularmente de los fueguinos, ya que desde el origen mismo de la permanencia antártica argentina, importantes decisiones y acciones políticas, derivaron de la participación de funcionarios civiles con visión estratégica y vocación patriótica, tal el caso del señor Carlos Ibarguren, con el cargo de subsecretario, durante la segunda presidencia de Julio A. Roca.
Las actuales operaciones logísticas antárticas en manos de nuestras fuerzas armadas, la difusión de imágenes, videos y entrevistas, protagonizadas mayoritariamente por hombres de nuestras fuerzas. La denominación de los asentamientos antárticos argentinos bajo el genérico “Base Conjunta”, da una acabada idea del carácter castrense del concepto, cuando en realidad no se trata de cuarteles militares, sino de “Estaciones Científicas”, o si se prefiere, “Estaciones Antárticas”, operadas, concebidas y sostenidas bajo el fundamento excluyente y prioritario establecido por el Sistema del Tratado Antártico, de “sostener la investigación científica y la cooperación internacional en el continente”, concepto este que –como veremos- ciertamente fue un pensamiento de nuestros pioneros, de la concepción argentina de la actividad polar.
Estas estrategias erráticas y de vuelo corto, han ido sembrando el subconsciente colectivo con la idea que la antártica es una actividad desarrollada casi exclusivamente por los militares. Eso no es cierto, porque no está escrita así la historia de estos más de cien años de permanencia antártica de nuestro país y porque el presente y el futuro del continente blanco se fundamentan básicamente en la investigación científica, la cooperación internacional y la protección del medio ambiente, todo ello en concordancia con la salvaguarda de los justos reclamos de Soberanía Argentina en el sector.
Haciendo una rapidísima síntesis del largo siglo de vida de la Base Antártica Orcadas, veremos que la bandera nacional comenzó a flamear en ese alejado rincón antártico de la patria, el 22 de febrero de 1904 cuando nuestro país toma posesión del Observatorio Meteorológico y Magnético en la isla Laurie, del archipiélago Orcadas del Sur (recibido de la Expedición Antártica de William Bruce), gracias a la rápida y audaz propuesta de un joven civil, el Subsecretario señor Carlos Ibarguren, de tan solo 26 años de edad, orgánico del Ministerio de Agricultura de la Nación, y la férrea determinación Poder Ejecutivo Nacional, producto de la preclara visión del presidente Julio Argentino Roca que dispuso por Decreto del Poder Ejecutivo N° 3073 del 2 de enero de 1904, el establecimiento de la pionera estación allende los «Mares Australes de la República», así llamaban a lo que hoy configura el territorio antártico, en las Islas Orcadas del Sur, dependiendo de la Oficina Meteorológica Argentina, integrante del Ministerio de Agricultura. Como parte de aquella primera dotación del observatorio, se encontraba el joven estafeta argentino Hugo Acuña, quien como invernante estuvo a cargo de la Oficina Postal Argentina y por entonces la más austral del mundo, se inició la construcción de la llamada Casa Moneta.
Durante casi medio siglo Orcadas mantuvo su dependencia orgánica del Ministerio de Agricultura de la Nación, sus dotaciones fueron mayoritariamente civiles y el sistema de abastecimiento y relevo fue una combinación permanente de medios de la armada argentina, con embarcaciones comerciales que operaban en el atlántico sur (Compañía Argentina de Pesca).
Fue recién el año 1950 que Orcadas pasó a depender del Servicio Meteorológico Nacional, dependiente de la Fuerza Aérea, para luego en el ´52 depender de la Armada.
Los primeros cuarenta años de Antártida para la argentina transcurrieron en un patriótico trabajo de civiles argentinos (y algunos extranjeros) que supieron sentar con su sacrificio y permanencia las bases de nuestra soberanía en el sector.
Así como en estos días los proyectos científicos de la base son desarrollados por abnegados científicos y guarda-parques, entrelazados fraternalmente con nuestros hombres de armas, como también ocurre en el resto de nuestras bases.
A principios de la década del 40, se crea la comisión nacional del antártico, la que resuelve varias situaciones poco amigables entre las armadas argentina y británica en el sector, la armada argentina efectúa importantes campañas de la flota de guerra en Antártida y comienza los primeros vuelos antárticos. A mediados de esa década se presenta el primer plan antártico de la armada, el que es corregido y ampliado por el plan estratégico de Don Hernán Pujato, quién a partir del año 1950 profundizara la exploración de la Antártida Continental, desplegando su plan de cinco puntos.
Este pionero, visionario y patriota destacado de nuestra historia polar, adelantándose en sus conceptos a lo que posteriormente sería el direccionamiento mundial de la actividad del hombre en extremo sur del planeta “La ciencia”, fue el inspirador, que planificó y ejecutó en 1951 la Primera Expedición Científica Argentina a la Antártida Continental, fundando la Base San Martín sobre la misma Península Antártica y dentro del círculo polar antártico.
Esta gesta fue concretada con presupuesto y bajo la estructura y dependencia del Ministerio de Asuntos Técnicos y con el empleo de medios navales mercantes al comando del Capitán de Ultramar Santiago Farrell, comandante del Carguero Patagónico Santa Micaela.
Pujato también fue el fundador en el ´51, del Instituto Antártico Argentino, primer organismo científico nacional y mundial dedicado a la ciencia antártica, que alcanzara gran prestigio internacional.
Con esto, la Argentina se anticipa -diez años- a la vocación de “paz y ciencia” demostrada por los países del mundo que se selló definitivamente con la vigencia del Tratado Antártico en el año ´61.
En estos días, hoy y aquí, la Antártida significa para los fueguinos más que un desafío, una verdadera posibilidad de desarrollo económico genuino. Las múltiples operaciones aero-portuarias que por temporada se realizan habitualmente en nuestra capital por parte de aeronaves comerciales y militares y buques antárticos; la presencia -hoy desacertadamente suspendida “justamente” por el comando militar argentino- de ese bastión de civilidad y progreso que representa la Escuela Provincial Nº 38, en Base Esperanza, y la consiguiente presencia de la familia fueguina en la persona de nuestros maestros antárticos; el mojón soberano enclavado en los glaciares antárticos de Bahía Margarita, portando orgullosamente el escudo provincial (Refugio ONA – Glaciares de la Base San Martín); el creciente interés de nuestro jóvenes estudiantes e investigadores científicos por conocer más y más de ese añorado continente blanco, y la valiente actitud de algunos empresarios fueguinos dispuestos a arriesgar su capital en emprendimientos específicamente antárticos, son algunos de los índices que nos marcan que para los fueguinos no es admisible que se considere a la actividad antártica como una cuestión meramente militar, sino como un genuino y pujante polo de desarrollo económico, cultural y social.
Han sido y continuarán siendo en el futuro, muy importantes los esfuerzos y la abnegación demostrados por nuestros soldados en el sector, nada de los logros obtenidos en el ámbito de la ciencia y la institucionalidad o la seguridad internacional hubiera sido posible sin el esfuerzo, la dedicación y el alto valor profesional de nuestros hombres de armas en el continente blanco, pero, eso no significa que la actividad Antártida deba quedar circunscripta a sus arbitrios exclusivos, por el contrario, son momentos en que debemos priorizar ya no sólo la participación civil, sino agregar el concepto de que por cada hombre antártico exista una mujer, por cada logístico un científico y en el futuro, por cada nacional un latinoamericano…
Nadie pretende disminuir o relativizar el encomiable trabajo desarrollado por todos y cada uno de los uniformados que lucharon por mantener con hidalguía la presencia nacional en la Antártida pero, es imprescindible que el juego actualice sus reglas, se abra a la luz de todos los argentinos, la posibilidad de también colaborar con su humilde aporte, en la consolidación de los más altos intereses de la Patria en el sector y fundamentalmente que dejemos de ver -los fueguinos a los antárticos- como forasteros que pasan raudamente por nuestra ciudad.
Para ello, para hacer de la Antártida un icono de todos los argentinos, sin discriminación, ni exclusiones, para hacer de la actividad antártica un polo de desarrollo económico genuino para los fueguinos, para concretar lo que alguna vez soñaron prohombres como Pujato o el mismo hermano chileno y preclaro diplomático trasandino Don Oscar Pinochet de la Barra, esa vieja ilusión de, “ver sobre el continente más helado del mundo, un asentamiento humano complejo y floreciente en las costas de la península antártica, poblada de hombres, mujeres y niños que sobrevivan en tan inhóspitas circunstancias, en bien de la ciencia, el medio ambiente y la colaboración internacional”.
Por eso y porque la argentina necesita, para mejorar su posicionamiento internacional, dar idea clara a la comunidad antártica, que la Antártida es un serio compromiso nacional y no un objetivo militar. “Sueño y deseo, que trabajemos con todas nuestras fuerzas para que en las dotaciones polares, por cada hombre haya una mujer y, por cada científico, haya un logístico que lo esté apoyando y tal vez en el futuro, por cada argentino un latinoamericano”.
ALEJANDRO HECTOR BERTOTTO (capice21@hotmail.com)
Jefe de la Base San Martín – Dotación 1993.
Director de Antártida de Tierra del Fuego 1995 / 2002.