Por Fabio Seleme (*)
Todo el destino histórico de la Argentina cabe en la gesta sanmartiniana. Y toda la gesta sanmartiniana, como elucida la filosofía de Gustavo Cirigliano, cabe en un imperativo: “liberarse liberando”. Es bajo este apotegma categórico que se realiza la independencia real de la Argentina, a partir de dar independencia y libertad a Chile y Perú. Y bajo este apotegma de hacernos libres haciendo libres a otros es que entramos a la historia. Entramos a la historia bajo esa verdad porque hay en este imperativo sanmartiniano, y argentino por consecuencia natural, un supuesto novedoso y original. Se asume en él que la libertad sólo puede ser tal si es compartida y, por lo tanto, no es total sin un principio mínimo de solidaridad y equidad. La libertad se devela en la gesta sanmartiniana como un fenómeno relacional, colectivo, a partir de lo cual la medida justa de la posesión del bien solo parece poder conseguirse en el espejo de la obtención que los otros hacen de ese mismo bien.
El cruce de los Andes, de por sí monumental porque hace materialmente posible un imposible, es también genial en términos militares estratégicos porque disloca el escenario natural de la disputa, ya que le permite a San Martín llegar a Lima por el océano Pacífico cuando toda la tensión de la lucha de la independencia estaba concentrada sobre la línea del camino real al Alto Perú. Sin embargo, todo eso es poco en relación al carácter revolucionario de la gesta en términos políticos y filosóficos. Porque San Martín y la Argentina hacen algo que ningún general con su pueblo han hecho antes. Se resisten al mismo tiempo a la tentación del mecanismo imperial de conquista y subordinación al modo europeo, y al de la libertad ensimismada políticamente aislacionista de la independencia norteamericana. San Martín y Argentina no replican los modelos ejemplares de su tiempo porque originalmente marchan hacia su propia libertad, entendiendo que ésta es posible sólo liberando e integrando a las demás naciones americanas. Se trata de una ruptura práctica con la homologación de la libertad como prevalencia irrestricta de la voluntad individual.
Lo cierto es que, la idea de libertad, se vuelve con San Martín concretamente argentina. Y la Argentina encuentra en aquella expansiva y fraternal idea de libertad su esencia histórica. Porque la gesta sanmartiniana constituye a la Nación y al mismo tiempo la pone en armas. Indios, gauchos, negros y criollos se organizan en el esfuerzo y el trabajo dando origen a la industria nacional que permite obtener los bienes materiales y los instrumentos de guerra requeridos para la autoproducción de la liberación. Esa comunidad organizada en torno del proyecto de Nación representa, ni más ni menos, que el origen del pueblo argentino, ya que el pueblo se constituye al encontrarse compartiendo una causa común en la que se arriesga su destino.
“Liberarse liberando” es, de este modo, el imperativo fundacional de nuestra Nación y la síntesis de la filosofía de su pueblo porque, tomando prestadas las palabras de Heidegger, la filosofía de un pueblo es la que convierte al pueblo en pueblo de una filosofía y depositario de una verdad. Y en realidad el imperativo de la gesta sanmartiniana funda al pueblo y lo determina en toda su temporalidad histórica, porque paradójicamente la gesta es estructuralmente inacabada. Es decir, la gesta sanmartiniana no agota el imperativo que la inspira y por su consustancial inconclusión encuentra su trascendencia. San Martín sólo da su primera forma de realización a ese “liberarse liberando”, no lo realiza hasta el absoluto porque no hay libertad que se consiga con lucha y pueda mantenerse por inercia. Pero además no puede la independencia saturar el imperativo de “liberarse liberando” porque las formas de libertad exceden los límites de la soberanía política. San Martín es consciente de esto y argumenta fácticamente a favor de este reacontecer histórico de su proyecto, al legarle a Juan Manuel de Rosas su sable libertador como símbolo claro de la forma que ha tomado en ese otro tiempo su misma causa.
Del mismo modo podríamos marcar que ese mismo imperativo de “liberarse liberando” en otro momento histórico se reelaborará socialmente en virtud de un criterio de justicia, como integración o inclusión de los pobres y excluidos, “prosperando dando prosperidad”, prosperando al país dándole prosperidad material y cultural a su pueblo, que no es otra cosa que una forma reelaborada de producir libertad dando libertad.
Esta idea es la misma que se plasma en la pintura más conocida de Alfredo Benttanin, en la que busca sintetizar la historia argentina con más de veinte escenas que impresionan primero como una gran dispersión multifacética. Sin embargo, cuando el ojo comienza a leer la obra se destacan de entre todas, tres escenas que aparecen en la parte inferior de la tela con un tamaño mayor que del resto. Lo curioso de esas tres escenas es que a primera vista parecen distintas y singulares, pero cuando se ahonda en ellas uno descubre que en los tres casos la escena es la misma y que sólo está investida de manera diferente. Aquella obra se llama “San Martín, Rosas y Perón” y estas escenas tiene a cada uno de estos líderes rodeado de su sujeto histórico de sustentación. Así se revela que la gesta sanmartiniana es aquel soporte histórico que nos determina en tanto argentinos, volviendo como pasado capaz de actualizarse. La gesta sanmartiniana, entonces, es universal y eterna para los argentinos, no porque tenga una serie de características abstractas que han pasado a la historia, sino que es eterna y universal porque tiene un imperativo con potencial para ser reelaborado en cada nueva situación histórica. Al fin y al cabo, la historicidad de un pueblo no es otra cosa que el permanente y renovado decidirse entre ser su esencia o no ser nada.
(*) Secretario de Cultura y Extensión UTN-TDF