Por primera vez, quien fuera un integrante de la Tropa del Servicio Militar Voluntario, alcanzó el cargo de Suboficial de Componente de la Infantería de Marina, máxima aspiración de su carrera.
Río Grande.- El Suboficial Mayor IM Raúl Emilio Lobo es tucumano, oriundo de Lastenia. Tuvo su primer contacto con la Armada Argentina como conscripto del Servicio Militar Obligatorio, pasó luego a prestar servicios en la Tropa Voluntaria y, más adelante, a integrar las filas del personal militar permanente.
Ser Suboficial Encargado del Componente Infantería de Marina es el máximo anhelo al que aspira un suboficial infante de marina y él lo ha logrado, con el aliciente de ser el primero que inició su carrera como Marinero Segundo Tropa Voluntaria.
Asumió el cargo el 22 de febrero del corriente año y está destinado en el Comando de la Infantería de Marina, ubicado en la Base Naval Puerto Belgrano, al sur de la provincia de Buenos Aires. Consciente de la responsabilidad por la función que le han asignado, en su jornada habitual de trabajo recorre las unidades dependientes de la Infantería de Marina.
“Siempre me interesó el bienestar del personal, que la gente se sienta bien en su puesto de trabajo cotidiano. Ahora es una de mis responsabilidades. El contacto con la tropa es lo más importante, es estar presente; y creo que la mejor forma de conducir y ser un buen líder es generar confianza, seguridad y tener la capacidad para buscar soluciones a los problemas. Un Encargado debe conocer la realidad y saber escuchar a sus subordinados”, destacó.
El Suboficial Mayor Lobo tiene la experiencia de haber vivido en el sur del país y haber participado de numerosas campañas de la Infantería de Marina, e incluso comisiones en el extranjero: “Algo que transmito y recuerdo a mis subalternos, es que nunca olviden de dónde vinieron y los primeros años de servicio”, sostiene, atento siempre a estar cerca del personal más moderno.
En 1984, a los 18 años, conoció la Armada Argentina cuando realizó el Servicio Militar como conscripto en el Batallón de Seguridad de Puerto Belgrano. Aunque su familia no estaba muy entusiasmada con la idea de que él partiera de la provincia, capitalizó esta experiencia: “Noté que crecí bastante. Incorporé valores esenciales y un gran cariño por mi Patria, me permitió valorar más a la familia y me enseñó acerca de la Infantería de Marina”, aportó.
Finalizado el período del Servicio Militar Obligatorio, regresó a Tucumán tras 14 meses, y a su trabajo de soldador. De paso por San Miguel, se encontró de casualidad con la Delegación Naval, donde averiguó sobre cómo reingresar a la Armada. Al límite de la edad requerida, envió una carta a la entonces Dirección General de Instrucción Naval, sin la esperanza de una respuesta favorable. Sin embargo, recibió el telegrama de ingreso y partió nuevamente hacia Puerto Belgrano, esta vez para sumarse al Batallón de Infantería de Marina N° 2 (BIM2) como Marinero Segundo Tropa Voluntaria. Allí vislumbró por sus capacidades, porque se convirtió en Dragoneante, uno de los hombres más aplicados en la tropa.
Ya en 1989, ingresó a la Escuela de Suboficiales de la Armada con la idea de hacer su carrera en la especialidad de Infantería de Marina y cursó en la entonces Escuela de Infantería de Marina en Mar del Plata, de la que egresó como Cabo Segundo; regresó entonces nuevamente al BIM2: “El reclutamiento fue duro, solo pensaba en el día a día. No es lo mismo querer que poder, uno puede querer mucho algo, pero estar capacitado para sobrellevarlo es diferente”, afirmó.
Raúl recuerda que de 2000 aspirantes solo quedaron 48, y la importancia de la camaradería y el apoyo entre los compañeros durante el Período Selectivo Preliminar: “Ya sabía de qué se trataba, de resistir; soy de espíritu fuerte, así que motivaba a otros a no bajar los brazos y seguir; así lo superamos”.
Hacia 1992 llegó su primer traslado al BIM3. Recuerda también su pase a la Base Aeronaval Punta Indio, al BIM5 en Río Grande y al BIM4 en Ushuaia, y su participación en Misiones de Paz a la Isla de Chipre, en tres oportunidades.
Entre uno y otro destino, regresaba de pase al BIM2, donde inició su carrera, con la alegría de cuando uno vuelve a casa: “Ahí me formé, y en el 2020 fui el Suboficial Encargado de Unidad; estaba muy contento”.
“La experiencia en Chipre fue muy buena profesionalmente, uno tiene una vivencia real en un conflicto y la oportunidad de relacionarse con otras Fuerzas Armadas argentinas y extranjeras. Fui parte de la Misión de Paz en Chipre en 1995, en 2012 y en 2018, y en todos fue una realidad con circunstancias diferentes, pero con la constante del trabajo de patrullado y control entre las fuerzas griegas y turcas”, puntualizó.
Ya habiendo alcanzado jerarquías más altas, fue destinado al Comando de Instrucción y Evaluación de la Infantería de Marina y a la Fuerza de Infantería de Marina de la Flota de Mar, donde el año pasado fue Encargado hasta asumir su puesto actual.
“Ser infante de Marina para mí es todo, en momentos difíciles es cuando aflora el temple del hombre; es capacidad de conducción y liderazgo”, explicó.
“El sentimiento de pertenencia a la Institución y la vocación son muy importantes; y es parte de nuestra tarea fomentar ese entusiasmo y hacerlo crecer”, destacó, con el orgullo de pertenecer a un componente que, en noviembre pasado, cumplió 142 años de existencia.
Desde la Banda del Río Salí a vestir enmascarado
De chico, Raúl ya gustaba de jugar con los soldados, ver películas bélicas, disfrutar de los desfiles y bandas de música militares en días festivos como el 9 de julio.
Nació en 1965 en Lastenia, localidad que hoy pertenece al Municipio de La Banda de Río Salí, en el Departamento Cruz Alta, a pocos kilómetros de San Miguel, y se crió en el campo hasta que ingresó a la Marina.
Hoy, su familia –compuesta por su mamá y 7 hermanos– vive en su ciudad natal. La visita cada vez que puede, al igual que a muchos amigos que aún conserva. Cursó sus estudios primarios en la escuela “Juan B. Terán” y parte del secundario en el Instituto Técnico Manuel Belgrano. Su idea es poder volver algún día a Tucumán; tanto le gusta que, al momento de elegir una compañera, la buscó allí.
“Quería que mi esposa fuese tucumana, así que cuando conocí a Marcela a través de un amigo marino que era su tío, supe que ella era la indicada. Durante los treinta años que llevamos juntos, tuvimos primero a Nicolás (28) que nació en Tucumán y es gastronómico; luego a Emanuel (24) que nació en Verónica, cerca de Punta Indio; y Facundo (15) y Thiago (13) quienes son fueguinos, de Río Grande”, contó.
El segundo de sus hijos se entusiasmó con la idea de seguir los pasos de su padre, pero luego empezó la carrera Ingeniería Pesquera.
En el 2014, durante uno de sus traslados, la familia se instaló en Ushuaia y cuando en el 2019 le tocó el pase a la Base de Infantería de Marina Baterías –al sur de la Provincia de Buenos Aires–, convinieron que solo él viajaría. En la ciudad austral permanecen su esposa e hijos, mientras él transita el último tramo de su carrera naval.
El futuro no lo inquieta, vive en el presente y los desafíos diarios; no sabe si volverá a su Tucumán natal cuando se retire, o si regresará para quedarse con todos en Ushuaia. De lo que está absolutamente seguro es que él y su familia están orgullosos de su carrera y trayectoria en la Armada Argentina.
Muchos recuerdos lo llevan a Tucumán, desde perderse con amigos entre los cañaverales de azúcar y volver tarde a su casa, hasta las exquisitas empanadas que saboreaba en familia. “Se extrañan las empanadas de matambre cortadas a cuchillo, y las de mondongo, me enloquecen”, dice como todo buen tucumano.
Fuente: Gaceta Marinera.